Por Gisela Martínez Martínez
Ahora que echo la vista atrás, cuesta creer lo rápido que ha pasado este tiempo en Toulouse. Cuando llegué, todo me resultaba nuevo: las calles, la gente, los horarios… pero también había algo familiar en el ambiente. Toulouse es una ciudad que, sin grandes pretensiones, te envuelve. Tiene un ritmo tranquilo, pero lleno de vida; no es demasiado grande, ni demasiado pequeña, y enseguida empieza a sentirse como un lugar acogedor y cotidiano.
Durante mi estancia he realizado mis prácticas de FCT como técnico de atención a personas en situación de dependencia en una residencia de mayores. Ha sido una experiencia que me ha enseñado mucho más de lo que imaginaba. Desde el primer día me integré con naturalidad tanto en el equipo como con las personas residentes. El idioma no fue un obstáculo, al contrario: fue una herramienta más para conectar. En lugar de centrarme en “hablar perfecto”, aprendí a escuchar, a observar, a estar presente. A veces, una caricia en el hombro, una mirada o simplemente compartir el silencio decían más que cualquier palabra.
Mi tarea principal durante este periodo consistió en apoyar a los residentes en sus actividades diarias: ayudarles en su movilidad, acompañarles durante las comidas, estimular su participación en talleres y, sobre todo, ofrecerles compañía. Es un trabajo que requiere paciencia, empatía y mucha atención, pero que también devuelve mucho a nivel personal.
Cuando no estaba trabajando, aprovechaba para disfrutar de la parte más cultural de la ciudad. Toulouse tiene muchísimas opciones: visité museos como el de los Agustinos o el de Historia Natural, fui a conciertos y también me encontré con festivales al aire libre casi por sorpresa. La comida fue otro gran descubrimiento. Además del típico cassoulet, probé quesos que no conocía, platos tradicionales de la zona y postres que me sorprendieron bastante.
Además, conocer a otros aprendices durante mi estancia enriqueció aún más la experiencia. Aunque veníamos de contextos muy distintos, compartíamos las ganas de aprender, de explorar, de adaptarnos. Esa mezcla de puntos de vista con gente que también provenía de otros países en busca de algo mejor fue uno de los mejores regalos del viaje.
Terminar esta etapa me deja una sensación de gratitud. El Erasmus no es solo una oportunidad profesional: es un espacio donde uno se pone a prueba, se adapta, se descubre. Y Toulouse ha sido, para mí, el lugar perfecto para hacerlo.