Los primeros días no fueron fáciles: la barrera del idioma, los inicios de las prácticas, la convivencia, los nervios y el estrés… un cúmulo de emociones. Vivíamos en un barrio residencial muy tranquilo y bonito, rodeado de árboles, algún que otro molino y cerca de una estación de tren por donde cruzaba el canal. Un pueblo al sur de Holanda por debajo del nivel del mar donde cada lunes por la mañana suena una alarma de simulacro en caso de peligro por inundación. La primera vez que la oímos nos asustamos; no teníamos idea de qué hacer hasta que vimos a la gente andando tranquilamente y dedujimos que se trataba de un simulacro.
Una de las cosas que más me ha impresionado de Holanda, o mejor dicho, de su gente, es su forma de pensar, su educación, su tolerancia y la confianza que tienen depositada en cada uno de los que residen aquí. No hay ni desconfianza ni miedo, he ido tranquilamente de madrugada por la calle sin sufrir ningún percance.
Profesionalmente, estos tres meses han sido claves en mi vida, no todo el mundo puede decir que ha estado trabajando en una empresa multinacional. El ambiente de trabajo era inmejorable; te sentías arropado por tus compañeros y sin sufrir la dificultad del idioma, ya que la mayoría eran españoles y se formaba una gran familia.
No todo ha sido trabajo, todos los fines de semana había planes, bien de fiesta bien de viaje. ¡Qué decir de las horas de tren en las que me quedaba durmiendo! Lo mejor es que tenías gente con quien hacerlo, que compartían la ilusión de aprovechar cada día en este país y viajar lo máximo posible, ya que gracias a su situación (Holanda es como el corazón de Europa para viajar), puedes desplazarte a muchísimos destinos. Haces cosas que no harías en tu ciudad, como coger la bicicleta y recorrer cada pueblo. La bici en Holanda es el medio de transporte más utilizado, ¡hasta en tacones he ido con la bicicleta!
No todo ha sido trabajo, todos los fines de semana había planes, bien de fiesta bien de viaje. ¡Qué decir de las horas de tren en las que me quedaba durmiendo! Lo mejor es que tenías gente con quien hacerlo, que compartían la ilusión de aprovechar cada día en este país y viajar lo máximo posible, ya que gracias a su situación (Holanda es como el corazón de Europa para viajar), puedes desplazarte a muchísimos destinos. Haces cosas que no harías en tu ciudad, como coger la bicicleta y recorrer cada pueblo. La bici en Holanda es el medio de transporte más utilizado, ¡hasta en tacones he ido con la bicicleta!
Respecto a la comida, de precio, comparado con España, está más o menos por igual. La gran diferencia es a la hora de salir a tomar algo, Holanda es muy cara y no sale rentable ni siquiera ir a comer una hamburguesa. Una cosa que me llamó mucho la atención fue la cantidad de pan que comen, tenía que ir por la mañana a comprar pan porque ya por la tarde no quedaba ni una sola bolsa de pan Bimbo.
Lo mejor… ¡He encontrado un trabajo gracias al cual he podido alargar mi estancia aquí! Voy a cambiar de casa, de compañeros… es decir voy a volver a empezar. Durante este tiempo aquí hice muchos amigos y actualmente sigo haciendo ya que la gente va y viene continuamente. Al final aquí tú “familia” son los amigos que haces.
Gracias a esta experiencia he crecido personalmente, he aprendido a enfrentarme a los problemas diarios y a ser totalmente independiente. Aunque mis prácticas hayan terminado, mi vida continua en este precioso país. Gracias al IES Juan Carlos I por la oportunidad que me habéis dado.